sábado, enero 21, 2006

Conociendo a nuestros antepasados: Los Falceto de Sin (Huesca)

Los Falceto de Sin (Huesca)

Pedro Falceto Solans era hijo de Pedro y de Eulalia, un matrimonio que vivía en Sin (Huesca). La fecha exacta del nacimiento de nuestro protagonista no la conocemos, pero sí sabemos que en 1623 era ya “mayor de catorce años y menor de veinte”.

La vida de Pedro Falceto Solans, no fue fácil. Se quedó huérfano de padre y madre muy pronto y estuvo sujeto a la voluntad de sus tutores, que eran su abuelo materno, Antón Solans y su tío Domingo Solans. También fue tutor suyo, por parte de la familia de su padre, su tío Juan Falceto, presbítero.

De todos modos, tenemos la impresión de que los tutores, nombrados para velar por los intereses de Pedro obraron más pensando en los suyos propios que en los de su protegido. ¿Por qué actuaron así? Probablemente, porque es muy dificil desear el bien ajeno cuando está en contraposición con el propio.



Resulta que la madre del chico, Eulalia, al quedarse viuda abandonó el domicilio conyugal en duelo, y a los pocos meses ya había contraído nuevo matrimonio. No hay que atribuir este comportamiento a una repentina pasión amorosa o algo por el estilo, sino, simplemente, a una razón casi siempre más poderosa: había intereses económicos por medio.

En efecto, Eulalia, según lo estipulado en las capitulaciones matrimoniales que había pactado con su primer esposo, en caso de viudedad y si se quería volver a casar tenía derecho a la restitución de prácticamente toda la dote que había aportado en primeras nupcias. Lo único que no podría llevarse sería al hijo habido de aquél matrimonio, el joven Pedro, puesto que éste debía quedarse en la casa paterna ya que era el heredero del patrimonio familiar.

Por lo que se refiere a la dote que Eulalía había aportado a su primer matrimonio, hay que decir que había sido muy considerable, aunque al morir su marido ya se había esfumado casi en su totalidad. El padre y el hermano de Eulalia habían visto impotentes cómo se iba perdiendo lo que ellos consideraban en su fuero interno “sus bienes”, así es que decidieron volver a casarla para recuperar hasta el último sueldo de la dote que le habían dado y, como habían sido nombrados tutores del heredero, aprovecharon la ocasión que se les brindaba y se pusieron a vender sin ningún obstáculo las fincas y tierra de su pupilo con el fin de resarcirse.

Mientras tanto, Pedro se iba haciendo mayor y, bastante ligero de patrimonio a consecuencia de la actuación de sus tutores, llegó a la mayoría de edad. Entonces, contrajo matrimonio con Margarita de Puértolas, que era un buen partido y probablemente algo de familia suya, aunque no en línea directa (la madre de Pedro se había casado en segundas nupcias con Pedro de Puértolas).




El hijo: Francisco Falceto Puértolas


Pedro Falceto Solans y Margarita de Puértolas tuvieron varios hijos y al mayor de ellos le llamaron Francisco. Cuando llegó el momento de casarlo, se le eligió como esposa a Jusepa Broto Fumanal, hija de Pedro, infanzón de Guaso, y de María. Los capítulos matrimoniales se firmaron el año 1650 y en ellos se nombró heredero universal de la casa de los Falceto de Sin a Francisco, aunque sus padres eran los usufructuarios. Ser heredero implicaba bastantes obligaciones y en el caso de Francisco una de las más costosas era la de dotar convenientemente a sus hermanas, entre las que se encontraba Catalina (antepasada nuestra).

Jusepa aportó también una buena dote al matrimonio: “doce mil sueldos jaqueses, una pieza de plata labrada de veinticinco onzas, cama de ropa bien puesta, vestida y calzada honradamente con su cofre y jocallas acostumbradas, según su calidad y de la casa a la que ba”. Una buena inyección para la economía de la casa de los Falceto.

Pero las cosas no siempre discurren como están previstas y, al cabo de seis años, en 1656, Francisco atrapó la viruela y, viendo llegado su fin, redactó un testamento, que no por urgente resultó menos ceremonioso: “En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espirítu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, que vive y reyna por siempre y sin fin. Notorio y manifiesto sea a todos los que ésta pública escritura de testamento y última y postrera voluntad vieren, como yo Francisco Falceto, vezino del lugar de Sin, estando enfermo de enfermedad corporal siquiere viruelas, y en mi juicio y entendimiento natural, tal qual Dios nuestro Señor fue servido de me dar y queriendo estar...”.

Gracias a este testamento sabemos que tenía en aquel momento tres hijos: Anna María, Pedro y Francisco.







Algo no previsto

Fué pues, a causa de la viruela, que Francisco Falceto Puértolas el heredero y dueño de la casa de los Falceto murió y dejó a su familia ante un futuro muy incierto. Francisco no tenía ningún hermano que pudiera reemplazarle para sacar adelante la hacienda y atender a los abuelos, que ya eran mayores, y a sus hijos, todavía demasiado pequeños y que quedaban sin amparo. Era una situación delicada en la que estaba en peligro la continuidad de la casa y por eso había que obrar con prudencia.

Según se había estipulado anteriormente, al existir hijos del matrimonio de Jusepa con Francisco, ella tenía derecho a quedarse en la casa de su marido en caso de viudedad y, desde luego, mejor era que no se marchara, pues hubiera podido reclamar una parte importante de su dote y se hubiera repetido el expolio patrimonial ocurrido poco tiempo atrás.

Así las cosas y por el bien de todos, se buscó entre las personas más allegadas a un hombre de confianza y trabajador que pudiera sacar adelante la hacienda familiar y el elegido fue Tiburcio Falceto Bielsa, de Señes, que parecía ofrecer todas las ventajas para la familia y para el patrimonio (no sabemos si también para la viuda).

Dicho y hecho, los capítulos matrimoniales se celebraron ante el notario Gregorio Cebollero y Dios sabe que no fue fácil concentrar en unas hojas todos los cientos de posibilidades y combinaciones económico-jerárquicas que se tenían que fijar entre aquellas personas, pues los usufructuarios de todos los bienes eran los abuelos, Pedro Falceto y Margarita Puértolas, y los herederos sus nietos, que eran los hijos de corta edad del hijo que se les había muerto, mientras que la hacienda iba a estar en manos de la nuera y su nuevo marido que, bien mirado, eran unos “forasteros”.

Pedro Falceto y Margarita de Puértolas, se dieron perfecta cuenta de cuál era la situación y con el fin de de ofrecer una compensación y un aliciente a la nueva pareja que se formaba, ya que iban a dedicar su esfuerzo y su trabajo en sacar adelante una casa que no era la suya, los abuelos establecieron con mucha sensatez la siguiente cláusula:

Y assimismo para la remuneración de lo que todos esperan han de mirar los dichos Tiburcio Falceto y Jusepa de Broto por el beneficio de dichos pupilos y sus bienes y no ser justo que haziéndolo assí, passen su vida sin gratificación...” por esta razón les hacían una donación de la respetable cifra de veintinueve mil trescientos ochenta sueldos jaqueses de los bienes que ellos, los donantes, se habían reservado.

Un caso más en el que predominó el buen sentido y el pragmatismo de todos los individuos de una familia, para conseguir un sólo objetivo: sacar adelante la casa.



María José Fuster


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