CONOCIENDO A NUESTROS ANTEPASADOS: Anna Lavilla
Anna Lavilla, acusada de bruja
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Era a finales del año 1626 cuando el Concejo General de la villa de Bielsa se reunió, para tratar un caso un poco especial. Aquél día no faltaba ni uno solo de los convocados, y el notario Florián Dondueño fue el encargado de levantar acta de todo lo que allí se iba a deliberar.
Se inició la asamblea recordando a los asistentes que lo que se dijera entre aquellas cuatro paredes no podía ser repetido en el exterior y que, si alguien daba alguna información a personas que no pertenecían a dicho Concejo, sería sancionado. El asunto que allí los reunía era lo suficientemente grave como para revestirlo de todas estas advertencias y formalidades.
Todo había empezado unos meses atrás cuando Juan Montaner, que tenía el cargo de jurado, propuso en un Concejo ordinario que se debía hacer una encuesta sobre los brujos, brujas y ladrones que pudiera haber en la villa para darles el castigo que les correspondiera.
En fín, tanto insistió Juan Montaner sobre la necesidad de investigar si estaba el pueblo libre o no de esas lacras de la sociedad, que el Concejo le encomendó a él mismo que iniciara las averiguaciones. Dicho y hecho, Juan Montaner empezó su tarea de investigación y lo hizo, por cierto, de un modo un poco especial. Como primera medida convocó a Anna Lavilla, pero no en un lugar público o a la luz del día, sino que lo hizo en casa de la viuda del Barbero Solans, en donde “él la estaba esperando ya muy de noche”. El ambiente en casa de la viuda debió ser relajado, pues parece ser que allí cenaron los tres, según se puede leer en el documento notarial, que dice: “después de haber tenido muy larga conbersación y tratado de cossas de brujas y otras en ella y sobre ella echa colación...”. Las cosas se complicaron después, porque parece ser que a Juan Montaner se le subió la autoridad a la cabeza, y aprovechándose de su cargo quiso llevar la investigación a otro terreno: “salieron de dicha cassa y partiendo juntos a la del dicho Pasqual Ferrer (el marido de Anna Lavilla) y llegado al patio que delante de ella hay, cerraron las puertas y cerradas que havía echado el dicho Joan Montaner mano de dicha Ana Lavilla para quererla conoscer carnalmente y que defendiéndose ella con palabras agrias le dixo que concidiese con su voluntad, que si lo hazía la sacaría del cartel de las bruxas”.
Y es aquí donde nos encontramos con el temple y la fuerza de esta mujer porque, a riesgo de ser acusada injustamente de bruja, ella no se dejó achicar ni un instante y gritó y se defendió todo lo que hizo falta y no sólo eso, sino que al día siguiente presentó una denuncia contra el tal Montaner. Las acusaciones de Anna Lavilla fueron tenidas en cuenta y, según se explica en el documento, “tenidos los demás jurados las dichas quexas y clamos y dado razón desto al Consejo particular”, se procedió a nombrar unos peritos para conocer la verdad de lo ocurrido y, finalmente, tras llevar a cabo sus averiguaciones, se le dió la razón a Anna Lavilla. Valiente fue ella y ejemplar la actitud de dicho Concejo, que no dudó en destituir a uno de sus miembros por haber hecho mal uso de la autoridad que se le había conferido.
Anna Lavilla era hija de Domenicha y de Francisco Lavilla, infanzón, y por aquellas fechas, fruto de su matrimonio con Pasqual Ferrer, tenía ya cinco hijos: Pasqual, Mariana, Ramón, Anna y Florián. Seguro que fue pensando en ellos que encontró cinco buenas razones para querer conservar su dignidad y mucha fuerza a la hora de defenderse. De todos modos, a finales de aquel año de 1626 Anna Lavilla, sin estar enferma, decidió hacer testamento, quizás tenía algún mal presentimiento...
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