domingo, noviembre 11, 2007

La fruta... ¿traidora?


Hoy en día estamos tan acostumbrados a que todo el mundo pondere las cualidades de la fruta, que nos parece que siempre ha sido así, pero nada más lejos de la realidad. Partiendo del hecho de que en los pueblos de montaña había pocos árboles frutales y que los frutos de esos pocos árboles existentes rara vez llegaban a madurar en el árbol, podemos imaginar que su consumo era muy limitado. Por otra parte, cuando no era “la piedra” la que estropeaba la fruta, eran los pájaros que se la comían o algún vecino caprichoso que se adelantaba a recogerla. Así pues, con tantas amenazas, el dueño del árbol optaba por cogerla verde para poder guardarla a buen recaudo, lo que implicaba que la fruta no maduraba nunca convenientemente.

La realidad es que en las comunidades rurales se comía poca fruta, pues sólo se tenía posibilidad de consumir la que se daba cada temporada localmente. Además, ya fuera porque no estaban acostumbrados a degustarla debidamente madura o simplemente por la imposibilidad de conseguirla, preferían creer; o al menos decirlo, que “la fruta era muy traidora” y que podía hacer más mal que bien a la salud. ¡Cuántas enfermedades no dudaron en atribuirse a unas manzanetas verdes, o a un vaso de agua (otra cosa que tenía mala prensa) bebido después de comer unos higos, o a unas ciruelas ácidas!

Para comprobar la mala reputación que tenía la fruta podemos remitirnos a los Fueros de Aragón. En las Ordinaciones hechas por Pedro IV, rey de Aragón, “Sobre el regimiento y orden de todos los oficiales de su Casa y Corte”, podemos leer en la parte correspondiente al Maestre Racional un párrafo en el que se exhorta a su consumo de esta manera:

De las frutas que se han de servir en nuestra mesa: Puesto que los médicos no aprueban mucho el comer de las frutas, ellas empero son producidas para los hombres y ordenadas naturalmente para el gusto humano; porque en las regiones donde nacen, se sirven por buena costumbre comunmente a comer y a cenar. Y así ordenamos y mandamos, que en tiempo de verano y aún en otros, como las dichas frutas mejor hallarse pudieren, se den en todo tiempo de aquellas en el principio de la comida, de dos maneras, y en el principio de la cena, de una tan solamente, empero en el fin de la comida, no se den ordinariamente frutas algunas, sino a Nos y a aquellos que comieren en nuestra mesa. Y entonces sean también dadas frutas según que lo ordenaremos.

Y en los días que se hiciere convite y días de ayuno, sean dadas de una o dos frutas (según el tiempo) por postre, si ya no se sirviesen suplicaciones o hipocras. Y en la cena dense en todo tiempo por postre de una suerte de fruta, o de dos, si hallarse pudieren o a lo menos en lugar de fruta, queso.

Y guárdense los oficiales, a los cuales pertenecen servir las dichas frutas, que sirvan aquellas, así secas como maduras, que sean buenas y enteras.


De la lectura de este texto se desprende que no siempre había fruta variada para abastecer la mesa del rey, y que la preocupación del monarca era que las frutas se le presentaran en buen estado: “buenas y enteras”.



En el siglo XVIII la Real Sociedad Económica Aragonesa de “Amigos del País” procuró dar a conocer y extender el cultivo de árboles frutales. Recogemos lo tratado en una de sus clases de Agricultura el 1 de junio de 1781, donde, además de ocuparse del cultivo de la patata, pone su atención en los árboles, diciendo así:

Se trató igualmente de arreglar por manera de artículos la instrucción necesaria para la propagación y cultivo de árboles, y resolvió la Clase que se ordene desde luego la de los Frutales, para que también sirva de Apéndice o continuación a las lecciones semanarias que se dan a los discípulos de la Escuela de Agricultura y están próximas a concluir, en inteligencia de que se ha de continuar la de las demás especies hasta formarse un cuerpo de verdades netas y sólidas, qual conviene para la enseñanza y adelantamiento de la jubentud. Para ello han tomado sobre sí este trabajo y han ofrecido dar por ahora, un artículo de Zerezo y Guindos el sr. Director, de Almendros, el sr. Hernandez, de Moreras el señor Amat, de Perales el sr. Torres; de Melocotoneros el sr. Varanchan, el de Olibos se encargó al señor Peña y el de las Higueras al secretario”.


De algunos días más tarde, el 29 del mismo mes, data otra Resolución en la que se da cuenta de las diligencias realizadas y se proponen nuevos objetivos. Podemos observar cómo los responsables de la Sociedad se habían tomado muy en serio lo que se les había encomendado, pues se dice entre otras cosas:

El Secretario dio cuenta de haver nacido ya diez de las doce patatas que en virtud de su comisión havía hecho sembrar. Se leyó una Memoria que presentó el sr. Director y trata del cultivo y utilidades de los Zerezos y de los Guindos. Otra del Sr. Amat perteneciente a Moreras, con inclusión de sus especies. Dos del Sr. Peña y una del sr. Torres, la primera acerca del olibo y mejor método de su cultura y propagación y la última sobre los Perales. Al paso que se iban leyendo estas memorias instructivas se hicieron sobre cada una varias reflesiones y algunos apuntamientos y se acordó que en vista de todo, arregle el secretario los artículos de que ha de construir el Cuerpo de doctrina que se prepare para la instrucción pública de labradores.

También se juzgó a propósito describir en un artículo la inoculación o arte de inxertar árboles, para que sirba de lección preliminar a las demás. Este trabajo lo confió la Clase al cuidado del sr. Torres, quien lo aceptó mui gustoso, y estando resuelta a continuación sus tareas sin intermisión, dispuso asimismo se prosiga la formación de artículos: En consecuencia, se encagaron de disertar sobre el Acerollero y los Nísperos el sr. Director, sobre el Granado el sr. Torres, del Cascabelero y Ciruelo el sr. Varanchan, de los Nogales el sr. Florensa y el sr. Diaz del Abellano
”.


La falta de interés del campesino por el arbolado no se limitaba sólo a los frutales, sino que se hacía extensivo a todos los árboles en general. Recogemos aquí la opinón del sacerdote aragonés don Miguel Dámaso Generés: que, en sus “Reflexiones Políticas y económicas: la población, agricultura, artes, fábricas y comercio del Reyno de Aragón”, que salió a la luz en 1793, decía entre otras cosas:

¿No es a la verdad cosa lastimosa el entrar en un largo y espacio terreno poblado de cepas, y estendiendo la vista alrededor hasta donde pueda llegar no ver otro que cepas al levante, cepas al poniente, cepas al medio día y al norte, como no ve el marinero estando en alta mar sino agua y más agua por todas parte? ¿No será un error notable de agricultura que en una gran llanura de pan llevar no sea otra cosa que la dorada espiga, sin que haya siquiera un árbol donde pueda el sediento segador colgar la bota para que el ayre la refresque, y tomar alimento y descansar a su sombra?

¿Quánto provecho daría al labrador y al dueño tener rodeada la heredad de árboles de varias especies puestos en líneas rectas? O por lo menos, ¿qué razón hay para que los márgenes que dividen la viña v. g. en diversas fajas o campales, o que separan la de un dueño de la de otro, no estén plantadas de almendros, de higueras, de acerolos o de olivos o de otro género de árboles, como se practica en todos los Países donde está en buen estado la agricultura?
”.

Después de varios razonamientos más, añade:

¿Por qué en vez de desear las márgenes de las viñas incultas y estériles y lo que es peor, dominadas de zarzas y espinos que no sirven de otra cosa que de punzar y romper el vestido de quien pasa, no se pueblan de almendros, higueras u otros árboles? ¿Por qué no se puede hacer lo mismo en los grandes llanos de tierra blanca echando plantíos a lo menos en las márgenes, especialmente frutales y moreras, para aumentar la preciosa cosecha de la seda?”.


Los árboles frutales solían estar en los huertos cercanos a las casas de los agricultores, lo que permitía controlarlos mejor, aumentando así las posibilidades de ver madurar los frutos entre sus ramas, evitando hurtos y otros “imprevistos”. Porque, aunque la fruta no tenía muy buena reputación y se la consideraba causante de cólicos y problemas de todo tipo, lo cierto es que en los pueblos todo el mundo conocía muy bien dónde estaba la higuera que proporcionaba los higos más dulces, o el nogal que daba las nueces más grandes, o las cerezas que maduraban las primeras. Y si se prestaba tanta atención a esa información... ¡por algo sería! No en vano hay un refrán que dice: “Fruta de huerta ajena, es sobre todas buena”.

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