Nuestros antepasados y la salud: cuando no había seguridad social...
Jan Sanders van Hemessen
Hay que precisar que la categoría profesional del cirujano era inferior a la de médico. Para ejercer como médico se tenía que estudiar durante algunos años y obtener la correspondiente calificación, según había quedado regulado ya en el siglo XVI. Los cirujanos propiamente dichos, sin embargo, no recibían ninguna preparación especial y aprendían su profesión trabajando al lado de una persona que la ejerciera.
Los cirujanos se dedicaban a las actividades manuales, como curar heridas, hacer sangrías, poner ventosas, etc. Por su parte, los barberos, además de sacamuelas, dispensaban también otros servicios para aliviar algunas enfermedades. En algunas épocas y lugares estos servicios los prestaba la misma persona, que casi siempre se hacía llamar cirujano (pues tenía más reconocimiento profesional) hasta que con el tiempo se fueron definiendo las dos actividades como profesiones diferentes. En muchas ocasiones, tanto los barberos como los cirujanos ejercían su oficio de forma itinerante.
En el caso de los cirujanos contratados por el Concejo de la villa de Bielsa (Huesca), veremos que se trata, precisamente, de barberos-cirujanos. El contrato tenía una duración de tres años y los profesionales en cuestión eran Andrés Alcalá y Pedro Cruzado. Se fijaba el comienzo de su servicio a partir del día de San Miguel del mes de septiembre del año 1645, hasta el mismo día del año 1648.
En los pactos que firmaron las partes interesadas, se preveía casi todo: lo que se les iba a pagar, lo que podían pedir por servicios especiales, a lo que se comprometían, etc. Entre otras cosas, se exigía a los cirujanos que residieran en la villa, llevando con ellos todo lo necesario para el ejercicio de su profesión y se les impedía ausentarse de Bielsa al mismo tiempo. Y si uno de los dos se marchaba y algún enfermo se ponía muy grave, el cirujano tenía que regresar en dos días, “sopena de veinte sueldos, por cada vez que a esto faltaren”.
Otra cláusula de este contrato estipulaba que: “sean obligados a visitar todos los enfermos y hazerles todos los remedios posibles que ellos entendieren, como se fía de su chistiandad, procurando verlos según la necesidad de la enfermedad, sin llevar interés alguno por dichas visitas, mas de a razón de dos reales por cada sangría que hizieren y un real por cada vez que se dieren ventosas en la villa y Xavierre, y seis sueldos por sangría que hicieren en las aldeas y dos reales por cada vez que dieren ventosas, y si algunos pobres ubiere que no pudiesen pagar tengan obligación hazer dichas vesitas, sangrías y ventosas de franco, y ésto a conocimiento de los Jurados para si lo hicieren y que tengan obligación de dar una sangría franca asi en la villa como en las aldeas, en cada una casa en cada un año”.
Además de establecer lo que el Concejo les tenía que pagar por sus servicios, en el contrato se les señalaba a los cirujanos cuál debía ser su conducta entre ellos:
“Que los dichos cirujanos sean obligados y se obligan viceversa de acudir a sangrar, afeitar y demás obligaciones que tubieren de su arte, sin remitirse del uno al otro, sin excusarse que no tiene lugar y si acaso cargaren a una parte más que a otro, el otro tenga obligación de ir a ayudarle aliándose, y que tenga obligación de afeitar en las casas de los sacerdotes y oficiales y otras personas, sopena de un escudo por cada vez que faltaren a sus obligaciones...” .
De la lectura del documento se deduce que los cirujanos tenían que estar bien atentos a cumplir con todo lo estipulado en su contrato de trabajo, no sólo porque de ello dependía la salud y bienestar de sus pacientes, sino porque cometer alguna infracción les podía costar muy caro.
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